lunes, 16 de junio de 2008

Los "boxes"

Desde hace unos años acudo a controles médicos al menos cada seis meses. Es una fuente de información de algo más que de mi salud: por ejemplo, de que se multiplican los conciudadanos rumanos o ecuatorianos o de que, en general, la gente se lava, porque casi nadie huele mal.
Es también uno de los termómetros con que adivino los esfuerzos de la Administración (en este caso la sanitaria de Castilla-La Mancha) para atendernos mejor, no siempre de modo certero.
Una de las rutinas de este regular paso mío por la itv sanitaria es la de la obligada extracción de sangre para su análisis. Con tal fin antes te citaban "de las 8 h. a las 10 h." del día tal en tal sitio; si querías aprovechar la mañana, llegabas prontito, por ejemplo a las 8'05, y ya había un montón de gente que había decidido, como tú, aprovechar la mañana, pero antes que tú.
Al fondo de una sala impersonal llena de filas de sillones donde necesariamente molestabas al sentarte a todos los que ya estuvieran sentados en la fila que escogiste, y donde indefectiblemente notabas el más mínimo tic de piernas de los otros y en todo caso los codos invasores de los vecinos, al fondo, digo, y ante el arranque de la escalera que daba al piso superior se sentaba tras una mesa, con cara de pocos amigos (en muestra de incorruptible y de poder) aunque luego amable, un señor con bigote al que te acercabas y te daba un papel con un número: por ejemplo, a las 8'05, el 78, que sacaba de una caja de cartón donde esperaban por orden las papeletas que seguramente él mismo había numerado con rotulador tras dividir un folio en ocho partes. Ya con tu número te ibas al asiento a molestar y ser molestado al sentarte y a leer el periódico que previsoramente habías comprado.
A eso de las 9'10, se ve que, cuando ya el personal sanitario tenía preparado todo lo necesario, las filas cobraban vida y empezaba la gente a levantarse. Cosa muy importante: se había puesto de pie el señor que nos presidía, aunque a nuestro mismo nivel, desde la mesa. Y empezaba: "el uno, el dos, el tres..." y así hasta "... el diez". Los que tenían esos números se arremolinaban al pie de la escalera, y a una señal convenida del responsable que los había convocado subían y volvían a arremolinarse ante una puerta, para pasar de uno en uno o de dos en dos ante los profesionales que recogían el papel del médico y les entregaban a cambio, después de hacer las pertinentes anotaciones, sus tubitos. Así pertrechados esperábamos a que nos llamaran para sentarnos, ya en la siguiente y definitiva estancia, en el sillón de extracción que nos indicaran.
Como la gente de abajo se impacientaba, entre otras cosas porque, según era frecuente oír, "¡... además, todo esto en ayunas!", y también porque de vez en cuando -nadie se quejaba por ello, pero se adivinaba el cabreo- el maestro de ceremonias interrumpía su tarea para decirle a una pareja de monjas recién llegada "Hermanas, pasen ustedes", el hombre, para calmar los ánimos, precipitaba la llamada de los diez siguientes, crecía por tanto el grupo de los arremolinados primero al pie de la escalera y luego en la escalera misma antes de llegar a la primera puerta sacra. Tras ésta la naturaleza misma de las cosas se encargaba de imponer un ritmo que no admitía precipitaciones ni acelerones.
En la lógica del generalizado esfuerzo de modernizacion de nuestras administraciones públicas y en general de España, un día me encontré en el periódico con que la autoridad competente había inaugurado un "nuevo centro de extracciones" del Hospital Virgen de la Salud de Toledo. Mi contento fue indescriptible cuando para la siguiente analítica, que estaba próxima, recibí una citación en la que se me decía que me presentara en tal y cual sitio "a las 08'17".
De mi primer viaje a Alemania allá por el año 1964 me traje, entre otras, dos impresiones que no me cansaba de relatar: una, que los trenes anunciados a las 12'07 salían de la estación o entraban en ella a las 12'07; y otra, que las puertas, dándoles el impulso mínimamente necesario, hacían clic y cerraban perfectamente sin necesidad de tirar del pomo hacia arriba o de ayudarlas con el pie. Bueno, pues cuando leí lo de las 08'17 daba saltos de alegría: "¡Con Bono, aunque él no sepa idiomas, nos vamos acercando ya a Alemania!". Así que esa vez me presenté en el centro de extracciones un poco antes de la hora de cita, pero, por supuesto, sin el periódico.
Al abrir la puerta me encontré una sala transformada, mejor iluminada, limpia, pero abarrotada de gente. Miré dónde estaría el hombre que antes nos hacía fáciles las cosas, y después de preguntar en una cola bastante considerable me informaron del primer cambio: había que coger número en un expendedor automático de esos en que aprietas un botón y por una ranura que no se ve ni se adivina desde arriba sale a una velocidad debidamente desesperante un papel con un número, del que hay que tirar. Dicho expendedor estaba colocado justo en el rincón que formaba a la izquierda la obra de la puerta de entrada, parece que para que no se viera, porque nadie entra en los sitios con el cuerpo vuelto a la izquierda, aunque sea del Psoe, o a la derecha, por más que le tire el PP. De modo que el primer bullicio nuevo se formaba al entrar ¿todos los de las 08'17? en busca del expendedor, ante el que, una vez descubierto, se hacía ahora la primera cola por un doble motivo: uno necesario, la lentitud de la máquina; otro contingente, que muchos usuarios no sabían utilizarla. La experiencia de los días que llevaban abiertas las nuevas instalaciones había aconsejado una solución: junto a la máquina estaba un señor que se encargaba de apretar el botón y darte el número; si tú, por listo, pretendías cogerlo por ti mismo, él se encargaba de que desistieras de tu osadía.
Entonces con tu número -ya el 84 a las 08'17- hay que irse a una cola para llegar a los mostradores donde se hace lo de los tubitos que antes se solucionaba tras la primera puerta sacra del piso de arriba, y te sientas en unas filas de asientos parecidas a las de antes, nada más que más largas, y que ahora miran a los mostradores de los que acabas de llegar. Sobre ellos te llama la atención un luminoso en el que se lee:
Número X Box 1
Número X Box 2
y así hasta el Box (creo que) 6. Esta vez no me acordé de Alemania, sino de mi amigo Jesús Alemán, que se hartaba de reír contando aquello de que se pararon unos turistas ingleses al pasar por Tomelloso y uno le preguntó algo en su lengua a un hombre del pueblo; éste lo miró extrañado y le espetó: "¿Qué te paha en la boooca?"
Cuando vi que estaba a punto de aparecer mi número, el 84, me acerqué a la embocadura de un pasillo que queda en la parte delantera de la sala, ante la que había siempre un grupo de gente de pie. Entonces descubrí de nuevo al hombre que de verdad había mantenido tradicionalmente aquello en orden. Con su bigote y su amable seriedad de siempre, conforme iba saliendo gente apretando el algodón contra el brazo y con cara de alivio, él llamaba:
- "El 84, cabina 5".
A partir de entonces, aunque la cita sea para las 08,09, antes de ir compro el periódico.

2 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Enhorabuena por el relato, me ha encantado y con que respeto habla de personal hospitalario.

Es un placer leerle

Maluca dijo...

Se ve que estabas "sembrao" Me he reído un montón, como supongo que todos los que te lean. La pena es que para reirse tanta gente tenga que perder tanto tiempo. ¿No habrá ninguna cabeza pensante capaz de agilizar el proceso?