Es una doble paradoja: referirme a la muerte cuando está a punto de explotar la primavera, y hacerlo relacionándola con mi nieta Leonor, que con sus tres años y tres meses no es más que vida. Pero para ella el que la gente se muera empieza a formar parte de la vida que va conociendo. Y lo hace con toda naturalidad. Su abuelo o sus abuelas comen, duermen, juegan con ella y se mueren. Sin más.
El otro día estábamos charlando (porque habla por los codos), y me larga:
-"Yo tengo dos abuelas, y también tenía dos abuelos; pero el padre de mi papá se murió, y ahora tengo un abuelo solamente. Y cuando tú te mueras, ya tengo cero abuelos".
O, en otro momento:
-"Abuelo, yo voy a cumplir cuatro años, ¿y tú cuántos años tienes?
-"Yo, sesenta y ocho", y entonces tengo que ir contando con ella, a partir del veinte -hasta donde llega sola- introduciéndole las decenas: "veintinueve y... treinta, treinta y uno...", sigue otra vez sola. "Treinta y nueve y... cuarenta, cuarenta y uno...". Hasta que llegamos a los "y... sesenta y ocho".
Y ella concluye: "Y luego ya te mueres".
O sea que la palabra muerte o morir forman ya parte de su vida y así lo dice. Por la forma en que los utiliza, se advierte claramente que estos términos son parte del mundo que va descubriendo exactamente igual que "cero", "diez" o "sesenta y ocho".
Va tomando posesión del mundo a través de la palabra, y las gentes existen para ella tanto si las tiene delante como si están muertas.
De la misma manera, tiene necesidad de que los seres que va descubriendo en los cuentos, si son malos, tengan una réplica buena:
-"¿Y este dragón es malo? ¿Y por qué es malo? ¿Y dónde está el dragón bueno?"
Me impresiona también la capacidad que tiene de vivir a la vez en varios planos:
-"Abuelo, vamos a jugar". Echa una carrera y vuelve: "Venga, tú eres Blancanieves, y yo el Príncipe", me dice.
-"¿Yo Blancanieves?"
-"Sí, venga -dice correteando-; toma esta manzana" (ahora es la Madrasta convertida en bruja).
Hago que le doy un bocado a la manzana y empiezo a sentirme mal. Me echo en la cama.
-"¡¡¡¡No, abuelo!!!!; ¡te tienes que caer muerto!"
Repito el gesto y me caigo enseguida en la alfombra. Y entonces llega ella y me da un besito en la mano. Me despierto. Ahora yo soy ya el Príncipe que la lleva a ella, convertida en Blancanieves, al parque del Palacio, que a su vez alberga los juegos de los parques toledanos que ella frecuenta. Y así.
Con mi nieta aprendo a vivir de nuevo.
El otro día estábamos charlando (porque habla por los codos), y me larga:
-"Yo tengo dos abuelas, y también tenía dos abuelos; pero el padre de mi papá se murió, y ahora tengo un abuelo solamente. Y cuando tú te mueras, ya tengo cero abuelos".
O, en otro momento:
-"Abuelo, yo voy a cumplir cuatro años, ¿y tú cuántos años tienes?
-"Yo, sesenta y ocho", y entonces tengo que ir contando con ella, a partir del veinte -hasta donde llega sola- introduciéndole las decenas: "veintinueve y... treinta, treinta y uno...", sigue otra vez sola. "Treinta y nueve y... cuarenta, cuarenta y uno...". Hasta que llegamos a los "y... sesenta y ocho".
Y ella concluye: "Y luego ya te mueres".
O sea que la palabra muerte o morir forman ya parte de su vida y así lo dice. Por la forma en que los utiliza, se advierte claramente que estos términos son parte del mundo que va descubriendo exactamente igual que "cero", "diez" o "sesenta y ocho".
Va tomando posesión del mundo a través de la palabra, y las gentes existen para ella tanto si las tiene delante como si están muertas.
De la misma manera, tiene necesidad de que los seres que va descubriendo en los cuentos, si son malos, tengan una réplica buena:
-"¿Y este dragón es malo? ¿Y por qué es malo? ¿Y dónde está el dragón bueno?"
Me impresiona también la capacidad que tiene de vivir a la vez en varios planos:
-"Abuelo, vamos a jugar". Echa una carrera y vuelve: "Venga, tú eres Blancanieves, y yo el Príncipe", me dice.
-"¿Yo Blancanieves?"
-"Sí, venga -dice correteando-; toma esta manzana" (ahora es la Madrasta convertida en bruja).
Hago que le doy un bocado a la manzana y empiezo a sentirme mal. Me echo en la cama.
-"¡¡¡¡No, abuelo!!!!; ¡te tienes que caer muerto!"
Repito el gesto y me caigo enseguida en la alfombra. Y entonces llega ella y me da un besito en la mano. Me despierto. Ahora yo soy ya el Príncipe que la lleva a ella, convertida en Blancanieves, al parque del Palacio, que a su vez alberga los juegos de los parques toledanos que ella frecuenta. Y así.
Con mi nieta aprendo a vivir de nuevo.