martes, 25 de marzo de 2008

Mi nieta y la muerte

Es una doble paradoja: referirme a la muerte cuando está a punto de explotar la primavera, y hacerlo relacionándola con mi nieta Leonor, que con sus tres años y tres meses no es más que vida. Pero para ella el que la gente se muera empieza a formar parte de la vida que va conociendo. Y lo hace con toda naturalidad. Su abuelo o sus abuelas comen, duermen, juegan con ella y se mueren. Sin más.
El otro día estábamos charlando (porque habla por los codos), y me larga:
-"Yo tengo dos abuelas, y también tenía dos abuelos; pero el padre de mi papá se murió, y ahora tengo un abuelo solamente. Y cuando tú te mueras, ya tengo cero abuelos".
O, en otro momento:
-"Abuelo, yo voy a cumplir cuatro años, ¿y tú cuántos años tienes?
-"Yo, sesenta y ocho", y entonces tengo que ir contando con ella, a partir del veinte -hasta donde llega sola- introduciéndole las decenas: "veintinueve y... treinta, treinta y uno...", sigue otra vez sola. "Treinta y nueve y... cuarenta, cuarenta y uno...". Hasta que llegamos a los "y... sesenta y ocho".
Y ella concluye: "Y luego ya te mueres".
O sea que la palabra muerte o morir forman ya parte de su vida y así lo dice. Por la forma en que los utiliza, se advierte claramente que estos términos son parte del mundo que va descubriendo exactamente igual que "cero", "diez" o "sesenta y ocho".
Va tomando posesión del mundo a través de la palabra, y las gentes existen para ella tanto si las tiene delante como si están muertas.
De la misma manera, tiene necesidad de que los seres que va descubriendo en los cuentos, si son malos, tengan una réplica buena:
-"¿Y este dragón es malo? ¿Y por qué es malo? ¿Y dónde está el dragón bueno?"
Me impresiona también la capacidad que tiene de vivir a la vez en varios planos:
-"Abuelo, vamos a jugar". Echa una carrera y vuelve: "Venga, tú eres Blancanieves, y yo el Príncipe", me dice.
-"¿Yo Blancanieves?"
-"Sí, venga -dice correteando-; toma esta manzana" (ahora es la Madrasta convertida en bruja).
Hago que le doy un bocado a la manzana y empiezo a sentirme mal. Me echo en la cama.
-"¡¡¡¡No, abuelo!!!!; ¡te tienes que caer muerto!"
Repito el gesto y me caigo enseguida en la alfombra. Y entonces llega ella y me da un besito en la mano. Me despierto. Ahora yo soy ya el Príncipe que la lleva a ella, convertida en Blancanieves, al parque del Palacio, que a su vez alberga los juegos de los parques toledanos que ella frecuenta. Y así.
Con mi nieta aprendo a vivir de nuevo.


Rafael el de la Fonda

[Esta entrada fue publicada originalmente el pasado domingo, pero por problemas con el botón de "comentarios", la eliminé y la he vuelto a poner en blogger en la fecha actual. Fue una recomendación de Zapateiro, mi experta particular]
Todos los días como éste, domingo de resurrección, me vienen a la memoria unas cuantas vivencias. No podía ser de otra manera, porque, por ejemplo, un domingo de resurrección me casé, aunque para la celebración familiar del hecho nos fijemos más en el día aniversario, 11 de abril (1971), que en la fiesta de la resurrección.
Pero hay un recuerdo que apunta directamente a lo que se considera el meollo de estas fiestas. Se condensa en una enorme explosión, en un trabucazo, en un tiro en toda regla que sonaba desde uno de los balconcillos del altar mayor de la iglesia de mi pueblo, cuando, en la tarde-noche del sábado santo el cura entonaba el gloria. "Gloria...", ¡cañonazo! desde aquel balcón que retumbaba con fuerza en toda la iglesia, y los niños nos volvíamos locos mostrando una alegría que se imponía grande y urgente: se abría de par en par un velo enorme, marrón o negro, que cubría el altar mayor; aparecía más iluminado que de costumbre, por el contraste, el colorista retablo presidido por la Virgen del Reposo; las campanas de la torre, todas a la vez, sonaban como nuevas, y los niños, y quiero recordar que algunos mayores también, hacíamos sonar a placer los collares de campanillas o las campanilla sueltas y algún cencerro que llevábamos preparados. Ya se podía cantar. Había vuelto la felicidad que se llevara dos días antes la muerte.
Pues bien, el desencadenante de todo aquel follón tenía un nombre: se llamaba Rafael Mora, y era generalmente conocido por Rafael el de la Fonda o Rafael el Practicante, lo primero, supongo, por funciones de la familia, y lo segundo, sin duda, por su profesión.
Para mi niñez este hombre no tenía edad, es decir, lo conocí siempre igual, con la misma energía y yo creo que casi con la misma ropa, excepto cuando se ponía de traje solemne. Era un malo entrañable: de mediana estatura pero corpulento, con una mirada que parecía obedecer a la furia y delataba a la vez cariño, con un vozarrón considerable pero no estridente, entraba con sonoras zancadas en mi casa de la Calleja y desde la puerta ya venía gritando "¿Dónde está el mariquita que hay que pinchar?" Era como para huir, pero luego te dejaba acompañarlo en su rito siempre idéntico: destapaba el estuche con la jeringa, ponía la tapadera en la mesa y sobre ella depositaba, empapado en alcohol, un pellizco del algodón que había sacado mi abuela, y le prendía fuego con el mechero; con unas tijeras que -¡magia de las magias!- se quedaban fijas prendiendo una de las paredes del estuche desinfectaba jeringa y aguja. Cuando aquello empezaba a estar, te mandaba bajar los pantalones y te advertía que no fueras a llorar como una chiquilla. Plaf, plaf, plaf, dos o tres golpes en la nalga con el borde de la mano y te dejaba clavada la aguja con toda su pericia (y, otras veces, con menos). El dolorcillo en la nalga y el olor a alcohol quemado acompañaban su despedida.
Rafael, aparte de sus secretos personales -que seguro que tendría más de uno-, tenía su taller secreto también, y en él era una especie de demiurgo capaz de los milagros más preciados. Hacía, por no dar más rodeos, unas trompas con puya de acero capaces de bailar como ninguna y de aguantar como las primeras los picotazos de otras si su dueño perdía. Y los mejores cristaleños no tenían nada que hacer frente a un buen bolinche de mármol hecho por Rafael. En este sanctasactórum particular me colé yo un día con la connivencia de sus hermanas para pedirle no sé qué, y lo encontré en plena faena que él me explicó: estaba cargando unos cartuchos de fogueo, con mucha pólvora y unos tacos especiales, para el tiro del inminente sábado santo. Era él, pues, quien desencadenaba toda la algarabía que daba fin a la Semana Santa de Valverde. Suya era la escopeta y suyos los cartuchos. Mientras me lo contaba, sus ojos parecían campanillas.
De chico siempre oí susurrar a mi abuela y su gente que, cuando mi madre estaba muriendo en la Clínica por la hemorragia, el primero que ofreció su sangre -"¡Con lo bruto que parece!"- fue Rafael el de la Fonda.


sábado, 15 de marzo de 2008

Bloguear

Uno de estos días leía yo un interesante artículo sobre los cambios en valores y cultura que la expansión de internet está provocando entre nosotros, especialmente entre los más jóvenes: en España más del 85% de los jóvenes de 10 a 15 años utiliza regularmente el ordenador y se conecta a la red informática mundial, y más de un 35% de la gente entre 16 y 24 años cuelga contenidos en ella. "Esta generación -concluye la autora del artículo-, que ha hecho de la Red una forma de ser y relacionarse, comparte, coopera, crea y difunde sin esperar nada a cambio".
Y es verdad. Tal generosidad la había percibido ya en la práctica de mi gente más querida y más joven: mis hijos Alberto, el pequeño, y Jerónimo, el mayor, mantienen desde hace tiempo sus blogs; también mis hermanos más jóvenes, Francisco Javier y Andrés, alimentan los suyos sin pedir nada a cambio; y el mismo afán de compartir entreveo en otros familiares cercanos como Marcos, Rocío y Nani. A los blogs tengo que agradecer, en fin, descubrir, entre otras cosas, los entresijos personales de paisanos que, como Manolo Cayuela, Ana o Teresa, me descubren un Valverde que la vida entera de la revista "Facanías" ha sido incapaz de desvelarme.
Internet ha sido para mí hasta ahora, básicamente, tres cosas: fuente de información, servicio postal y oficina o tienda virtual. Y en los tres casos, con una eficacia imposible de imaginar antes de experimentarla: http://www.politicalresources.net me permite acceder frecuentemente a la vida (organización política, social y administrativa y medios de comunicación) de prácticamente todos los países del mundo, disfruto desde hace tiempo con los textos literarios que trae a mi mesa de estudio http://www.cervantesvirtual.com o sacio necesidades o simples curiosidades lingüísticas con http://www.yourdictionary.com, por no citar más que tres herramientas cuya utilidad no dejo de admirar y bendecir desde hace años. Y no tengo necesidad de hacer mención expresa de la magia de los buscadores como Google. La función postal la aprovechamos todos como algo ordinario. No voy a cantar sus excelencias; sólo me resisto a que mi buzón de correo electrónico no merezca al menos el mismo respeto que el de correo de papel, y reciba más circulares, anónimos y propaganda de lo que soy capaz de tolerar. Finalmente, poder viajar, obtener la cita con el médico o comprar sin tener que perder el tiempo fuera de casa o sin hacer colas es para dar saltos de alegría.
Pero en el blog se trata de "compartir, cooperar, crear y difundir sin esperar nada a cambio", es decir, de seguir la senda de los más jóvenes. Es un riesgo, como es frecuente en las cosas de juventud. Escribió Montaigne que "la mitad de la palabra pertenece a quien habla, la otra mitad a quien la escucha". Soy consciente de ello; pero me refugiaré en las advertencias que el mismo autor hacía al lector de sus Ensayos: "Este es un libro de buena fe. Te advierto desde el inicio que el único fin que me he propuesto con él es doméstico y privado... Lo he dedicado al interés particular de mis parientes y amigos, para que, una vez que me hayan perdido -cosa que les sucederá pronto-, puedan reencontrar algunos rasgos de mis costumbres e inclinaciones, y para que así alimenten, más entero y más vivo, el conocimiento que han tenido de mí".
Con tales propósitos y precauciones inicio este log, este cuaderno o registro, con que compartir con otros la enredosa navegación por la tela de araña o web en la que todos andamos afortunadamente atrapados.