domingo, 21 de diciembre de 2008

El Padre Joselito y el Cardenal Cañizares



He estado hace unos días en Nicaragua acompañando a mi amigo Manuel Eugenio en sus tareas de ayuda al desarrollo de gente de allí. Cuando pienso en escribir algo sobre el viaje se me imponen, por más que me resista una y otra vez, dos experiencias distantes, muy distantes incluso, entre sí, pero ensartadas para mí en los extremos de un mismo hilo.
En la ciudad de Granada, en la orilla norte del lago de Nicaragua (el Cocibolca), me acerqué, cómo no, a la catedral, un edificio neoclásico que te salta a la vista en El Parque (la plaza). Era media mañana; la plaza estaba salpicada de puestos de todas clases (perritos calientes, refrescos, chucherías...) y de limpiabotas, con una abundancia que la inexistencia de clientes hacía más llamativa (es lo que malamente recoge la foto que blogger ha decidido publicar en segundo lugar y antes que el texto y no, como yo , ignorante, quería, insertada aquí). Me gusta visitar los templos porque, más allá de su arquitectura y su imaginería, son depósitos siempre actuales y sugerentes de la cultura, la historia y la forma de vida, de la gente. Estaban las puertas abiertas; el espacio, luminoso, se hallaba lleno de bancos prácticamente vacíos y cinco o seis personas bisbiseaban oraciones, o más bien parecía que penas, ante algún altar lateral. A la salida me puse a curiosear los carteles donde se anunciaban cosas de interés para los creyentes. Y me tropecé con el del Padre Joselito.
En el centro mismo del cancel de la Catedral estaba el cartel objeto de la fotografía que blogger, de nuevo supliendo diligente mi falta de pericia, ha colocado en primer lugar: "Ven, el Señor te llama. Gran jornada de sanación y liberación con el Padre Joselito".
Se me agolparon las ideas y también, he de confesarlo, la indignación. Fue en Nicaragua donde el Papa Juan Pablo II tuvo la indelicadeza de reprender públicamente al cura Ernesto Cardenal por formar parte de un gobierno revolucionario; es en América Latina principalmente donde el Vaticano ha luchado y sigue luchando sin descanso contra cuantos intentaron que el conocimiento de Dios (teología) fuera germen de liberación y salud de los hombres. ¡Nada de eso! Para quienes, como los pobres que había a las puertas mismas de aquel templo, es necesario agarrarse a cualquier clavo ardiendo que se les presente, incluso al de vender a nadie lo que sea, ¡lo aconsejable es acudir a que el padre Joselito les imponga sus manos en un gran día de sanación y liberación!
Al poco de volver a Toledo me encontré con la noticia de que el cardenal Cañizares pasaba a mejor vida como prefecto de la "Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos". (¿Alguien se imagina -dicho sea de paso- al hijo de un carpintero en una aldea perdida de Palestina teniendo que explicar lo que es un cardenal, un prefecto y una "Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos"?) El caso es que enseguida me acordé del Padre Joselito. ¿Estaría entre las tareas del atiplado nuevo prefecto la de llamar la atención al obispo de Granada, en Nicaragua, por permitir e incluso invitar a que la gente vaya a poner sus cabezas bajo las manos extendidas de este nuevo taumaturgo que asegura en jornadas la deseada sanación y liberación?
Pero no son para eso las congregaciones vaticanas. Todavía está por ver que hayan expedientado a un pensador por interpretar al pie de la letra pasajes de acciones imposibles relatadas como milagros por la tradición popular de hace miles de años y así recogidas en algún libro de la Biblia; pero sí ha habido muchos biblistas condenados al ostracismo por pregonar que, para entender lo que según su fe Dios dice en la Biblia, hace falta utilizar los instrumentos de crítica textual, de interpretación de textos, contexto cultural etc. que ayudan a comprender lo que dicen unos hombres a través de cuya palabra Dios se expresaría. Sobran los ejemplos: no conozco un caso de heterodoxia condenado por el Vaticano consistente en defender principios retrógrados aunque sean máximos; sí están a la orden del día, en cambio, los apercibimientos y las condenas de quienes avancen explicaciones religiosas mínimamente progresivas. La conservación es salvadora; la innovación tiene siempre tufillo de heterodoxia.
¡Felices fiestas a todos!



Mi memoria histórica

Uno de los últimos posts leídos de mi paisano Manolo Cayuela ha sido el aguijón definitivo para hablar de este tema palpitante no sólo por ser objeto frecuente de noticias, comentarios, tertulias radiofónicas, etc., sino sobre todo, en mi caso, porque me acosa e incluso me hiere cada vez más con la edad.
Y es que mi memoria, en el caso de la histórica, es no memoria, ausencia de memoria. "No deberías preocuparte -me diría cualquier amigo-, porque hay muchas cosas cuya memoria desaparece o que desaparecen de nuestros recuerdos".
Pero no. Se me agolpan muchos recuerdos. Me sorprende todavía escuchar al profesor de latín en tercer curso -trece años tenía yo- explicándonos, no sé a cuento de qué, que en el pueblo donde había estado de cura un día la guardia civil llevó a cabo una buena batida contra los "huidos" y, a los que cazó, los paseó por el pueblo terciados sobre burros y mulas, "como hacen en los pueblos con los lobos cuando alguien los mata". Veo todavía a la entrada del cementerio de mi pueblo, cada día de los difuntos, a unas cuantas mujeres de negro que, alguna con su sillita, se apostaban con retratos y velas plantados en el suelo y allí lloraban silenciosas, en un lugar sin tumbas donde "había gente enterrada". Todavía escucho la respuesta que el párroco de mi pueblo dio al hombre que, contratado para pintar la iglesia necesariamente sobre unas escaleras que me resultaban inmensas, le había planteado la conveniencia de un seguro: "Me estás pareciendo un poco rojillo tú", le dijo. Me quedo aún de una pieza intentando digerir la explicación del ilustre cordiamariano profesor de Moral Católica, que en la Universidad Pontificia de Salamanca, al tratar de la "guerra justa", vino a justificar las matanzas de las tropas de Franco en su avance por Extremadura porque -según le explicara un mando militar a uno de sus superiores- "padre, no podemos ir dejando enemigos en la retaguardia". Resuenan en mis oídos todavía los argumentos del clero de Huelva cuando un grupo de desaprensivos propusimos una homilía conjunta recomendando la abstención en el referéndum de los "veinticinco años de paz": "Es que los sacerdotes no deben meterse en política", insistieron...
Venero, en la distancia, a un señor que, siempre con corbata, chaqueta y abrigo, de formas educadas y hasta corteses, estuvo dándonos clase a mi hermano Manolo y a mí en alguna temporada en Los Pinos de Valverde. Sin duda, un maestro represaliado, deduzco ahora.
Y todavía se me hace presente el brillo de los ojos húmedos en el rostro serio de mi enjuto y viejo, querido, compañero del PSOE en Madrid cuando un día me dijo que también "nosotros cometimos muchas tonterías", y me contó que una mañana tempranito tuvo que cumplir, casi un niño, con la orden de matar; bajó la voz hasta quedársele en un susurro y añadió: "Eran seminaristas, y tenían caras de inocentes, esa es la verdad".
Son recuerdos, espaciados en el tiempo, variopintos. Pero siempre me siento como en falta, culpable. Debo haber vivido junto a mucha gente a la que no me fue posible demostrar mi solidaridad, con personas que no pudieron siquiera decirme su secreto. Y me irrita sobremanera que sea ahora, ya con muchos años, cuando por fin me entero de algunos de los sufrimientos que tejieron el oscuro fondo de la España de silencios sobre el que se desarrolló mi juventud.
En Nicaragua he tenido la ocasión de convivir con un ex-gerrillero sandinista, que luego fue jefe de una región militar sur y finalmente se acogió a los planes de desmovilización del gobierno sandinista. Hoy él y Esperanza, su mujer, son los principales animadores de la sociedad de desarrollo de Solentiname. Aparte de amante de la comida y temeroso del poder de la bebida, Bosco es poeta. Junto a poemas tan bellos y sencillos como éste:

Recordá que la vida no es siquiera
una milésima de segundo en el tiempo.
Pero un beso tuyo basta para detenerlo,

tiene en su antología publicada este otro, inquietante:

Hermano guardia, perdona
que tenga que afilar bien la puntería al dispararte,
pero de nuestros disparos dependen
los hospitales y las escuelas que no tuvimos,
donde jugarán tus hijos con los nuestros.
Sabé que ellos justificarán nuestros disparos,
pero los hechos por vos serán vergüenza de tu generación.

En un rato de charla amistosa le dije que me había impresionado mucho su "poema del guardia". El silencio fue su respuesta