viernes, 12 de septiembre de 2008

Hijo predilecto

Si a los padres nos pusieran en el brete de hacer pública nuestra predilección por un hijo o una hija, rehuiríamos hacerlo aun en lo íntimo de nuestras conciencias e incluso en el caso de que fuera notoria la excelencia de un vástago sobre los demás. Es así: los lazos de sangre difícilmente admiten razonamientos; vienen impuestos por su propia naturaleza.
No sucede lo mismo en las agrupaciones sociales, cuyos lazos de pertenencia son fruto más o menos de acuerdo o conveniencia. Es verdad, por ejemplo, que no elige uno el lugar donde nace, pero sí está en las manos de cada cual el grado y el modo de implicación en el conjunto que forman los nacidos en el mismo lugar. Y de las opciones individuales posibles hay unas que fortalecen más que otras la cohesión del conjunto. No es de extrañar, por tanto, que los representantes y portavoces de una organización social, al contrario que los cabezas de familia, señalen, y exalten incluso, cómo y en qué medida la obra de uno de sus miembros contribuye a hacer más fuerte la vida del conjunto que ellos representan.
Es lo que viene a justificar el nombramiento de alguien como "hijo predilecto" del pueblo donde nació. "Pre-diligere" significa amar por delante de los demás; y no se trata, además, de un amor genérico (que para eso tenemos "amare") sino de un amor discriminatorio, porque por su composición indica siempre separación y diferencia entre al menos dos y su raíz es la de elegir: o sea, "prediligere" es amar más o antes que a otros.
Pues bien, a mi hermano el mayor, Diego, lo ha nombrado "hijo predilecto" la Corporación Municipal de nuestro pueblo, Valverde del Camino. Se han dado en este nombramiento dos circunstancias que lo hacen más estimable a mi entender: una, que la Corporación adoptara el acuerdo por unanimidad; la otra, que lo que motivara dicho acuerdo fuera considerar que una sucinta exposición de los trabajos de Diego era “suficiente para que el pueblo de Valverde del Camino se sienta orgulloso de su extraordinaria contribución a la cultura y muy especialmente a la música”.

Estuve el día 10 pasado en el acto público de entrega, junto con otras, de la distinción descrita en el Teatro Municipal de Valverde. La ovación de asentimiento del público asistente a la mención del nombre de Diego fue una prueba más del acierto de la Corporación. Pensaba para mis adentros que la gente del Ayuntamiento, los −normalmente tan denostados− políticos de mi pueblo habían dado en el clavo al proclamar “predilecto” a mi hermano por algo que nadie que lo conociera, hubiera de por medio lazos de sangre o no, pondría en discusión: hacer que la música −”la habanera” dice una canción suya− se adueñara de la reunión, de los momentos álgidos de convivencia. Es un modo sobresaliente de fortalecer la cohesión de una sociedad.