Si a los padres nos pusieran en el brete de hacer pública nuestra predilección por un hijo o una hija, rehuiríamos hacerlo aun en lo íntimo de nuestras conciencias e incluso en el caso de que fuera notoria la excelencia de un vástago sobre los demás. Es así: los lazos de sangre difícilmente admiten razonamientos; vienen impuestos por su propia naturaleza.
No sucede lo mismo en las agrupaciones sociales, cuyos lazos de pertenencia son fruto más o menos de acuerdo o conveniencia. Es verdad, por ejemplo, que no elige uno el lugar donde nace, pero sí está en las manos de cada cual el grado y el modo de implicación en el conjunto que forman los nacidos en el mismo lugar. Y de las opciones individuales posibles hay unas que fortalecen más que otras la cohesión del conjunto. No es de extrañar, por tanto, que los representantes y portavoces de una organización social, al contrario que los cabezas de familia, señalen, y exalten incluso, cómo y en qué medida la obra de uno de sus miembros contribuye a hacer más fuerte la vida del conjunto que ellos representan.
Es lo que viene a justificar el nombramiento de alguien como "hijo predilecto" del pueblo donde nació. "Pre-diligere" significa amar por delante de los demás; y no se trata, además, de un amor genérico (que para eso tenemos "amare") sino de un amor discriminatorio, porque por su composición indica siempre separación y diferencia entre al menos dos y su raíz es la de elegir: o sea, "prediligere" es amar más o antes que a otros.
Pues bien, a mi hermano el mayor, Diego, lo ha nombrado "hijo predilecto"
Estuve el día 10 pasado en el acto público de entrega, junto con otras, de la distinción descrita en el Teatro Municipal de Valverde. La ovación de asentimiento del público asistente a la mención del nombre de Diego fue una prueba más del acierto de