jueves, 12 de junio de 2008

Cosas de curas (de Valverde)

Son historias que oí contar, algunas de ellas desde muy pequeño. En cuanto a sus autores, de algunas de las atribuciones respondo; en otras me atengo a lo que me dijeron.
De pequeño conocí siempre en Valverde a un cura mayor, que era el párroco, y a otros dos curas más jovenes, que eran los coadjutores (por ejemplo, D. Jesús y D. Francisco y D. José); y luego había otros dos curas que no eran jóvenes pero tampoco envejecían: tenían siempre la misma edad. Eran curas de Valverde, que vivían en sus casas familiares, confesaban y decían misa en la parroquia, pero no eran ni párroco ni coadjutor. La gente de mi edad conocimos de siempre así a D. Felipe Forcada y a D. Luis Arrayás. D. Felipe tenía fama de hombre culto y tan estudioso como raro y cascarrabias; D. Luisarrayás (se nombraba como si nombre y apellido fueran uno), en cambio, era, por decirlo directa y llanamente, un hombre de campo. Parece que don Luisarrayás hizo una vez un viaje a Tierra Santa, y al volver le preguntaron:
- "¿Qué tal Tierra Santa, don Luis?"
- "Pues ... aquello... ¡pá avena, p'avenilla ná más!", contestó él mientras se rascaba una de sus inmensas orejas.
D. Jesús era un hombre grande al que ni la estatura ni el cuajo de los Mora le permitían prisas ni precipitaciones. Fue a darle la comunión a una vieja ya muy enferma, y cuando ya se iba a despedir, le recomendó con toda su parsimonia:
- "Ea, Josefa; la dejo con el Señor. ¡Ahora le da usté las gracias!".
La vieja entreabrió los ojos y, haciendo un leve gesto con las manos agarradas al embozo, lo tranquilizó con voz quebrada:
- "¡Bueeeno! Se las daré de su parte".
Un valverdeño fue muchos años párroco de Santa Ana de Triana, Sevilla. Se llamaba D. José Arroyo, y contaba que fue a darle los últimos sacramentos a una gitana del barrio, dispuesta a todo menos a morirse. Al llegar el momento de los óleos, cuando se unta con ellos diferentes partes del cuerpo haciendo sobre ellas la señal de la cruz, la vieja lo miraba extrañada. Empezó D. José por la frente, y ya al hacerlo sobre los párpados -lo que obligó a la señora a cerrar los ojos-, ésta saltó con voz aguda y temblona:
-"Eaaa, pá que no veas".
Siguió el cura sobre las orejas, y la vieja:
-"Eaaa, pá que no oigas"
Así sucesivamente, y la enferma cada vez más cabreada. Con mucho cuidado uno de los familiares levantó las ropas de la cama dejando al descubierto los pies. Y nada más tocar D. José la planta de uno de ellos para la última unción, la vieja dio una "cojetá" mientras protestaba:
-"¡Coño, tanto toqueteo!"
Finalmente, de la madre de D. José Arrayás "el Melli" se contaba que, cuando ya su hijo estuvo formado en teología, consideró que podía plantearle el gran enigma que tenía guardado:
- "Mira, José, tú me tienes que explicar a mí lo de la Santísima Trinidad"
- "Pero, mamá, eso es muy complicado; ¿para qué ahora esos líos?"
- "Niño, tú tienes que decirme si la Santísima Trinidad es macho o hembra porque yo no sé si rezarle un padrenuestro o una salve".
A todos ellos los recuerdo como hombres buenos.

1 comentario:

Doria dijo...

Muy buenos los comentarios que no por conocidos dejan de ser buenisimos.
Me traes a la memoria a otro cura; D. Manuel Vélez y su anecdota con José Luis Rosa. siendo este, alumno de don Manuel en la Escuela de Arte y Oficios, a pro´psito de la explicación que el pater dió en una clase, precisamente sobre el misteriode la S. Trinidad, Rosa que era republicanote de cuna levantó la mano y le espetó al cura: ¡¡Don Manué, eso que acaba de contar no se lo cre ni usté!! . A lo que le espetó Don Manuel, muy sevillista y sevillano por cierto; ¡¡tu dise eso!!,¡¡tu dise eso!!, ¿no?. ¡¡Pue, el dia del Juisio finá más de cuatro como tu se van a cagá poo las patas abajo!!