martes, 26 de agosto de 2008

El parto es nuestro



Así se llama, el parto es nuestro, la asociación de la que forma parte -en la que milita, más bien- mi hija Rebeca. Este nombre-lema suena a obviedad, porque sin nosotros, sin las mujeres y los hombres , no existiría parto alguno; pero no lo es. La denuncia es bien precisa: el parir es un acto tan humano como las relaciones de las que viene o como el comer y el dormir -por no alargar los ejemplos-, y por tanto en principio no hay por qué forzarlo a ámbitos y formas de actuar diferentes de los de la vida normal, entendiendo en este caso por normalidad todo lo que de excepcional tiene el mismo hecho de parir.
Siendo todo esto verdad, traer un hijo al mundo tiene un carácter innegable de singularidad. Y razones de todo tipo -podemos enumerarlas afectivas, económicas, demográficas y todas las que queramos- han llevado a nuestra sociedad, tan insegura como tecnificada, a anteponer las medidas de seguridad para el niño y para la madre a toda confianza en el natural desarrollo de las cosas.
La tecnificación requiere el concurso de especialistas y los especialistas necesitan actuar en situaciones suficientemente controladas... Si se sigue el raciocinio, todo cuadra. Entonces, para parir hay que ir a un hospital, donde la organización, aun pensada para los pacientes, excede a cada uno de ellos. Entran en él la parturienta, ya en una situación de angustia, y su acomplejado compañero, que no acierta muy bien con cuál es su papel a cada paso y...
Unas cuantas preguntas sencillas:
¿Cómo paren los animales? Sobre sus cuatro patas, para facilitar las contracciones de expulsión del feto y el máximo rendimiento de las mismas ¿Cómo paren las mujeres en los paritorios? Justo en la postura inversa, para facilitar las operaciones de los especialistas y el máximo rendimiento de las mismas.
Los dolores son señales de alarma; los de parto avisan de que un montón de tejidos se ponen en situación de tensión máxima y creciente para facilitar que un monstruito pase y salga por conductos y agujeros cuya estrechez hace cuanto puede por no ceder. ¿Qué pasa si se programa el mínimo dolor, si se controla el período de tensiones máximas, si..., si...? Poco tiene la madre que decir, y menos el alelado del padre, que con su cursillo y todo ahora sigue sin saber muy bien qué hacer. Al final, si el monstruito no cabe (y para que no haya desgarros) se corta por aquí, se cose por allá, la madre dormida y el niño al nido o a la incubadora.
Mi hija tuvo una experiencia, que no voy a detallar pero del género descrito, con Leonor.
Para Daniela, que entonces no tenía todavía nombre ("lo estamos discutiendo", me decía Leonor cuando yo le preguntaba), decidió que el parto era de ella, de Nacho, de su hija Leonor y de su casa. Tenían plena confianza en los médicos por si se presentaba algún problema.
Y así ha sido: anteayer, día 24, ya a punto de acabarse el día, dio a luz en su casa y al rato interrumpió ella la prohibición de llamarla por teléfono que desde la mañana nos tenía impuesta para decirnos que todo había ido con muchos dolores pero bien y que tenía a la chiquitilla en su pecho.
A la mañana siguiente, ayer mañana, fuimos a verlos con un ramo de flores. ¡Era para verlos!
Después de las lógicas dudas que se pasan, escenas como las de las fotos a menos de veinticuatro horas de parir nos han convencido también a los que no vivimos en el Callejón del Vicario y teníamos vedado el acceso al maravilloso acto de parir: ¡este parto es también nuestro!



jueves, 7 de agosto de 2008

El deporte

Mañana comienzan los Juegos Olímpicos de Beijing. Me traen recuerdos que no puedo más que compartir con mis amigos.
En el año 1985 visité la China que había dejado encarrilada (nunca mejor dicho: "meter en -un- carril") Mao. El objetivo era recabar de su gobierno el apoyo para Barcelona 92. Lo obtuvimos; a cambio, eso sí, de comprometer el apoyo de España para que se les asignara a ellos la organización de los Juegos del año 2000. Querían convertir ese reto de organizar la edición inicial del siglo XXI en un escaparate donde el mundo viera la China del futuro y en un empeño, a la vez, en que catalizar los esfuerzos de su magno país para alcanzar ambiciosas metas de transformación. Su potencial era y es inmenso: ya entonces, hablando de estrategias de política deportiva para la alta competición, nos dijeron que habían llevado a cabo una especie de "operación altura" y habían descubierto a casi 4.000 individuos con cerca de 2,10 metros de estatura, de los que habían seleccionado a unos 2.000 que tenían en centros de entrenamiento específicos.
China me resultó un país tan fascinante por sus muestras de cultura milenaria como sorprendente por el empeño de modernización al que estaba entregado. No consiguieron la organización de los Juegos para el simbólico 2.000 y creo que ellos mismos desistieron de ella; ahora, sin duda, van a aprovechar la expectación de todos nosotros para dejarnos una muestra de lo que pretenden y de lo que son capaces, incluido, como no podía ser de otra manera, el bajo nivel que en su organización político-social ocupan las libertades individuales. ¿Será ocasión, una vez más, para que millones de personas den su vistobueno a una organización política que, a fuer de eficaz en el logro de objetivos como una correcta y, a ser posible, brillante organización y participación en los Juegos, pospone sine die el avance en los derechos y las libertades individuales y colectivos? Vamos a verlo.
En España tuvimos suerte o supimos hacerlo. Mejor, seguro, las dos cosas. Tuvimos la suerte de que el deporte estatalizado de la Dictadura no lograra nunca una ocasión de escaparate mundial que favoreciera la consolidación engañosa de un modelo en el que primaba la información deportiva sobre la práctica del deporte, el espectáculo de la pelota sobre la educación del cuerpo para favorecer la salud de niños, jóvenes y mayores. Y, cuando la alcanzamos, supimos aprovechar la ocasión de organizar unos Juegos para cambiar los parámetros todos de la organización deportiva española.
La práctica deportiva ha ido quedando, poco a poco, encajada en los diferentes espacios naturales en que se desenvuelve el ciudadano en sus variadas facetas: la educación deportiva, en los niveles de la enseñanza, incluida la Universidad; la práctica deportiva con fines de recreación y de salud, en los establecimientos de las Administraciones más cercanas al ciudadano, en los Ayuntamientos; la competición reglada (o federada, como se quiera), en clubes y federaciones con el apoyo de los poderes públicos pertinentes; y la alta competición, con su carga de representación internacional, en altos niveles de control estatal y ateniéndose a exigencias de planificación y racionalidad tanto científica como económica; y el deporte profesional, con sus propias instancias de organización y reglas. No todo está hecho, pero mucho se ha avanzado.
El azar quiso que me cupiera la suerte de asistir desde muy cerca a pasos decisivos en la gran transformación del deporte español. Es para sentir orgullo saber que la fructífera organización actual del deporte de alta competición español, con su potencial de atractivo y resorte, tiene vinculación histórica, y por tanto de reconocimiento obligado, con la organización democrática de nuestra política, también la deportiva