

Así se llama, el parto es nuestro, la asociación de la que forma parte -en la que milita, más bien- mi hija Rebeca. Este nombre-lema suena a obviedad, porque sin nosotros, sin las mujeres y los hombres , no existiría parto alguno; pero no lo es. La denuncia es bien precisa: el parir es un acto tan humano como las relaciones de las que viene o como el comer y el dormir -por no alargar los ejemplos-, y por tanto en principio no hay por qué forzarlo a ámbitos y formas de actuar diferentes de los de la vida normal, entendiendo en este caso por normalidad todo lo que de excepcional tiene el mismo hecho de parir.
Siendo todo esto verdad, traer un hijo al mundo tiene un carácter innegable de singularidad. Y razones de todo tipo -podemos enumerarlas afectivas, económicas, demográficas y todas las que queramos- han llevado a nuestra sociedad, tan insegura como tecnificada, a anteponer las medidas de seguridad para el niño y para la madre a toda confianza en el natural desarrollo de las cosas.
La tecnificación requiere el concurso de especialistas y los especialistas necesitan actuar en situaciones suficientemente controladas... Si se sigue el raciocinio, todo cuadra. Entonces, para parir hay que ir a un hospital, donde la organización, aun pensada para los pacientes, excede a cada uno de ellos. Entran en él la parturienta, ya en una situación de angustia, y su acomplejado compañero, que no acierta muy bien con cuál es su papel a cada paso y...
Unas cuantas preguntas sencillas:
¿Cómo paren los animales? Sobre sus cuatro patas, para facilitar las contracciones de expulsión del feto y el máximo rendimiento de las mismas ¿Cómo paren las mujeres en los paritorios? Justo en la postura inversa, para facilitar las operaciones de los especialistas y el máximo rendimiento de las mismas.
Los dolores son señales de alarma; los de parto avisan de que un montón de tejidos se ponen en situación de tensión máxima y creciente para facilitar que un monstruito pase y salga por conductos y agujeros cuya estrechez hace cuanto puede por no ceder. ¿Qué pasa si se programa el mínimo dolor, si se controla el período de tensiones máximas, si..., si...? Poco tiene la madre que decir, y menos el alelado del padre, que con su cursillo y todo ahora sigue sin saber muy bien qué hacer. Al final, si el monstruito no cabe (y para que no haya desgarros) se corta por aquí, se cose por allá, la madre dormida y el niño al nido o a la incubadora.
Mi hija tuvo una experiencia, que no voy a detallar pero del género descrito, con Leonor.
Para Daniela, que entonces no tenía todavía nombre ("lo estamos discutiendo", me decía Leonor cuando yo le preguntaba), decidió que el parto era de ella, de Nacho, de su hija Leonor y de su casa. Tenían plena confianza en los médicos por si se presentaba algún problema.
Y así ha sido: anteayer, día 24, ya a punto de acabarse el día, dio a luz en su casa y al rato interrumpió ella la prohibición de llamarla por teléfono que desde la mañana nos tenía impuesta para decirnos que todo había ido con muchos dolores pero bien y que tenía a la chiquitilla en su pecho.
A la mañana siguiente, ayer mañana, fuimos a verlos con un ramo de flores. ¡Era para verlos!
Después de las lógicas dudas que se pasan, escenas como las de las fotos a menos de veinticuatro horas de parir nos han convencido también a los que no vivimos en el Callejón del Vicario y teníamos vedado el acceso al maravilloso acto de parir: ¡este parto es también nuestro!
Siendo todo esto verdad, traer un hijo al mundo tiene un carácter innegable de singularidad. Y razones de todo tipo -podemos enumerarlas afectivas, económicas, demográficas y todas las que queramos- han llevado a nuestra sociedad, tan insegura como tecnificada, a anteponer las medidas de seguridad para el niño y para la madre a toda confianza en el natural desarrollo de las cosas.
La tecnificación requiere el concurso de especialistas y los especialistas necesitan actuar en situaciones suficientemente controladas... Si se sigue el raciocinio, todo cuadra. Entonces, para parir hay que ir a un hospital, donde la organización, aun pensada para los pacientes, excede a cada uno de ellos. Entran en él la parturienta, ya en una situación de angustia, y su acomplejado compañero, que no acierta muy bien con cuál es su papel a cada paso y...
Unas cuantas preguntas sencillas:
¿Cómo paren los animales? Sobre sus cuatro patas, para facilitar las contracciones de expulsión del feto y el máximo rendimiento de las mismas ¿Cómo paren las mujeres en los paritorios? Justo en la postura inversa, para facilitar las operaciones de los especialistas y el máximo rendimiento de las mismas.
Los dolores son señales de alarma; los de parto avisan de que un montón de tejidos se ponen en situación de tensión máxima y creciente para facilitar que un monstruito pase y salga por conductos y agujeros cuya estrechez hace cuanto puede por no ceder. ¿Qué pasa si se programa el mínimo dolor, si se controla el período de tensiones máximas, si..., si...? Poco tiene la madre que decir, y menos el alelado del padre, que con su cursillo y todo ahora sigue sin saber muy bien qué hacer. Al final, si el monstruito no cabe (y para que no haya desgarros) se corta por aquí, se cose por allá, la madre dormida y el niño al nido o a la incubadora.
Mi hija tuvo una experiencia, que no voy a detallar pero del género descrito, con Leonor.
Para Daniela, que entonces no tenía todavía nombre ("lo estamos discutiendo", me decía Leonor cuando yo le preguntaba), decidió que el parto era de ella, de Nacho, de su hija Leonor y de su casa. Tenían plena confianza en los médicos por si se presentaba algún problema.
Y así ha sido: anteayer, día 24, ya a punto de acabarse el día, dio a luz en su casa y al rato interrumpió ella la prohibición de llamarla por teléfono que desde la mañana nos tenía impuesta para decirnos que todo había ido con muchos dolores pero bien y que tenía a la chiquitilla en su pecho.
A la mañana siguiente, ayer mañana, fuimos a verlos con un ramo de flores. ¡Era para verlos!
Después de las lógicas dudas que se pasan, escenas como las de las fotos a menos de veinticuatro horas de parir nos han convencido también a los que no vivimos en el Callejón del Vicario y teníamos vedado el acceso al maravilloso acto de parir: ¡este parto es también nuestro!