martes, 15 de diciembre de 2020

Mi primer yoghourt


  Hay elementos en nuestras vidas que, sin que uno logre explicárselo, operan como potentes imanes: atraen, amalgaman y, al final, condensan multitud de vivencias y hechos dispersos. Son seguramente recursos caprichosos de nuestra memoria, deudora siempre de sentimientos, punzadas, apegos y desencuentros que, en contra de lo que proclaman los historicistas, entretejen la objetividad viva de nuestras vidas.

            Es lo que me pasa a mí con el yogur y la familia de mi amigo Paco Malavé. 

            Vivían en la Calleja, una decena de casas por debajo de la mía: en la vivienda de abajo, Gregorio y Pepita con sus hijos Paco (Paquillo), José, Gregorio (Goro o Gorito), Manolo y Antonio; y en el piso, con entrada aparte desde la calle, la madre de Pepita, Teresa, con su hermana (la "tita Quelo") y una hija de ésta, Anita Rodríguez. 

        De mi pandilla formaban parte Paco con pleno derecho y, con permiso, José; en una relación más o menos similar a la existente entre mi hermano Manolo (Manolito) y yo. Juntos íbamos y veníamos de las Salesianas, juntos nos escapábamos corriendo a la Plaza con el pan y el chocolate (mejor el de los Malavé que el que nos daba a nosotros mi abuela) para no perdernos el "torito salvá, y juntos buscábamos los domingos a nuestros padres en espera de calderillas más generosas gracias a la alegría de la jarana compartida. Pero, sobre todo, gozábamos juntos del cariño de toda la familia en ratos de convivencia que, durante años, encontraron una extensión incomparable en Los Pinos.

            Los Malavé, un día, se fueron a vivir a Sevilla. Recuerdo haber visitado muy pronto, con mi padre, "Curtidos San Pablo", el negocio desde el que Gregorio parecía el amo de La Campana, cerca además de la valverdeña parada de Manolillo el de Aracena. 

            Cuando llegué a estudiar al seminario de Sevilla ya con dieciséis años, me fui una tarde a buscar la casa de los Malavé: avenida de Eduardo Dato, casi enfrente del Porta Coeli de los Jesuitas, en un solitario bloque de pisos. Lo primero que encontré fue a Pepita, la madre de Paco, y todo el cariño que aquella mujer sabía dar. Era la hora de merendar y, mientras llegaban sus hijos del cole, me preguntó que si me apetecía un yogur. ¡Ni el seminario ni mi abuela estaban para virguerías gastronómicas! Así que me tuvo que explicar lo que era y me aseguró que era muy rico. Goloso nato de la leche y de la nata, aquello me supo a gloria. Fue mi primer yoghourt. Danone, para más señas y en tarro de cristal, como el de la foto.

            Ayer me enteré de la muerte de Antonio, el más chico de los Malavé de la Calleja. Me acordé enseguida de mi primer yogur, como si en él recuperara condensada buena parte de mi infancia valverdeña.

 

 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Sobre "Mi primer yoghourt"
Tienes una memoria, que no va más. Yo, de los hermanos Malavé, recuerdo a Paco y a José, a los demás no.
Cuando ellos se fueron a Sevilla, quiero recordar que en la casa de abajo vivían sus tías y en el piso la familia de Don Germán, el médico, su mujer, Dª
Concha y sus hijas, Mari Conchi y de la otra no recuerdo el nombre. De Mari Conchi mucho por aquello que los ojos se nos iban, pero no de la época de Las Salesianas, sino de la época de los "curillas".
En cuanto al yoghourt, amalgaba, dices recuerdos, a mí no me amalgaba nada, porque no los veía por lumbre.
De todas formas bonitos recuerdos. Un abrazo.

Daniel Romero dijo...

Aunque no sé quién eres, gracias por completar los recuerdos