viernes, 13 de diciembre de 2019

Santos Juliá: historiador amigo

Desde que supe de la muerte de Santos Juliá el 23 de octubre pasado me agitan sentimientos que no sé bien cómo ordenar y expresar: desazón por no haberlo llamado ante la prolongada ausencia de columnas suyas tras la titulada "Jefe del Estado" (El País, 13 de junio de 2019) que acababa de refrescarme Amenábar; cabreo por el permanente aplazamiento, ahora ya fatal, de una charla para "cuando vengas por aquí" que no llegó durante años; tristeza por la pérdida de una persona querida.

A Santos lo conocí en el Seminario Mayor de Sevilla, creo que en el curso académico de 1957-1958. Yo estudiaba segundo de Filosofía, y él entró como vocación tardía (así los llamábamos) en primero de Filosofía sin haber pasado por el Seminario Menor (entonces en Sanlúcar de Barrameda) donde se estudiaban las Humanidades. O sea, que debió llegar al seminario con el bachiller a punto de terminar o terminado No fuimos del mismo curso ni de los mismos corrillos, y coincidimos durante dos cursos. Pero sobresalen, de todos modos, en mi recuerdo dos o tres rasgos de su personalidad: primero, la siempre impecable pulcritud de su vestimenta; luego, una frecuente sonrisa entre amable y burlona que a mí me llegaba desde arriba; y, por último, la coincidencia en los Grupos de Jesús Obrero, grupos de acción y reflexión que familiarizaban a futuros curas con los métodos y las inquietudes del movimiento obrero católico, representado en la España franquista por la HOAC. La metodología formativa de estos grupos era extraordinariamente eficaz para alentar y mantener el compromiso con la realidad social dentro de unos seminarios pensados, paradójicamente, para conservarnos incontaminados: se trataba de conocer la vida de personas marginadas (Santos estuvo yendo a la cárcel, y yo, a barrios de chabolas como El Vacie o La Corza). La “revisión de vida”, que así se llamaba el método ideado por el canónigo belga Cardijn, fundador de la JOC (Juventud Obrera Cristiana), constaba de tres momentos: el primero era VER, conocer y palpar la realidad. En reuniones de grupo se pasaba al segundo, JUZGAR, en el que se analizaban las causas e implicaciones de la situación humana descubierta; y se acababa, en tercer lugar, en la fijación de un compromiso, ACTUAR,  consistente en emprender acciones. Leyendo luego a Santos, siempre he pensado que la experiencia de aquellos grupos impregnaba su compromiso de intelectual.

Coincidimos más tarde estudiando Teología en la Pontificia de Salamanca. Más que estudiando Teología, tengo que decir que viviendo Salamanca, o el mundo desde ella. Un amplio grupo de andaluces (sevillanos, malagueños, gaditanos y huelveños) de dos o tres cursos distintos nos veíamos con frecuencia e intercambiábamos ideas y experiencias que aquella sociedad en ebullición se encargaba de aportarnos generosamente. Coincidimos allí entre los años 1959 y 1962. Las reuniones de ese grupo, las sesiones de cinefórum con Martín Descalzo y su gente (quienes luego editarían “Film ideal”), la convivencia a tope con amigos de toda España e Hispanoamérica, los profesores de procedencia y calidad muy diversas, el régimen de libertad de los colegios mayores o de los pisos, son algunos de los elementos que dibujan la Salamanca que recuerdo y que, sin duda, ha dejado su marca en mi formación. Seguramente Santos Juliá haría suya, aunque sin duda con otros matices personales, una enumeración parecida.

Seguimos luego caminos distintos, él en Sevilla y yo en Roma y Huelva. Hasta que nos volvimos a encontrar, debió ser en el año 1971, en Madrid, no logro recordar cómo: él vivía creo que en la calle Cadalso, en una residencia de los Jesuitas. No recuerdo si estudiaba en la Complutense o en el Instituto León XIII, pero sí sé que empecé a darle trabajo en la editorial Círculo de Amigos de la Historia en la que yo había entrado a trabajar en septiembre de 1970: le reservaba sobre todo  traducciones del francés, lengua que él manejaba con soltura. Pero en ese tiempo aceptó también un encargo que creo que representa la primera monografía de su a la postre profusa autoría. Esta es la ficha de la obra tal como aparece en el catálogo de la Biblioteca Nacional:

Título:    La China Roja [Texto impreso]
Autor:    Juliá, Santos 1940-2019  
Editor:   Círculo de amigos de la Historia
Fecha de pub.: [1971]
Descripción física: 252 p., 2 h. : lám. ; 18 cm
Información de ejemplar2 ejemplares disponibles en Sede de Recoletos.
Esta obra sobre la China de Mao no aparece citada ni en las bibliografías de estudiosos de su obra ni en la ofrecida por el propio Santos en su página web (http://www.santosjulia.com/Santos_Julia/Autor.html).  Para mí, en todo caso, tiene un significado especial.

Al cabo del tiempo, cuando ya no estaba yo en la editorial, me encontré con Santos en una de las salidas de metro de Plaza de España. Estuvimos charlando en una cafetería sobre nuestras vidas. Una de las cosas que él me dijo de la suya me hizo hasta gracia: su suegro (¿lo era ya o iba a serlo?) se había puesto generoso y les había regalado a su hija y a él un piso por una buena zona de Madrid, y se veía negro para poder pagar cada mes los gastos de comunidad. Y otra me dio hasta envidia: que le habían concedido una beca Fulbright y se iba a Stanford a trabajar en su estudio sobre la izquierda española.
Nuestro siguiente encuentro fue en Albacete, en 1988 o 1989,  adonde lo invitó a dar una conferencia la Universidad Popular por sugerencia mía. Se hospedó en mi casa y pudimos hablar largo y tendido. A comienzo de 1991, habiendo hablado con él sobre su compromiso con la investigación y la docencia, me extrañó ver  su nombramiento como Director General del Libro y Bibliotecas. Lo felicité y me felicité por que hubiera dado el salto a la política de gobierno. Pero se apresuró a desengañarme: se trataba, vino a decirme, de un compromiso con Semprún, al que no había podido decir que no. Efectivamente, a los dos meses más o menos, cuando Solé Tura sustituyó a Semprún al frente de Cultura, Santos dejó la Dirección General.

He sido hasta el final un fiel seguidor de la obra de Santos Juliá: de sus artículos, de sus entrevistas, se sus monografías y ensayos. Seguidor y admirador. Y creo que personificaba las virtudes que Cervantes (II Parte del Quijote,  capítulo IX) detalla como propias de los historiadores: “…habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y nonada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir” . Le tengo que agradecer muy singularmente haberme ilustrado en el conocimiento de una España que sólo he podido descubrir e intentar desentrañar en edad ya avanzada y, por supuesto, fuera de la academia.

Hace un par de años, con motivo de las primarias disputadas por Susana Díaz y Pedro Sánchez para la Secretaría General del Psoe, Santos publicó un duro artículo en El País (14 de mayo de 2017) que, bajo el título “La enfermedad senil del socialismo”, concluía:
Porque esta lucha de facciones en el principal partido de la oposición provocará sin remedio una fuerte sacudida en el conjunto del campo de las izquierdas, anulando, si alguna había, cualquier posibilidad de pacto entre ellas. Y no porque consumado al fin el famoso sorpasso, Podemos se alce con el santo y la limosna, sino porque buena parte de los votantes socialistas, sector mayores, jubilados, ámbitos rurales, pero también resto de profesionales y clases medias de edad madura, romperán amarras y llevarán sus votos a otros puertos cuando el PSOE aparezca como fuerza residual en el Sur o cuando Iglesias ofrezca la vicepresidencia a Sánchez y ambos se presenten en público puños en alto, como en los buenos viejos tiempos de izquierda unida jamás será vencida: si el faccionalismo es hoy la enfermedad senil del socialismo, el izquierdismo era ya, en tiempos de Lenin, la enfermedad infantil del comunismo.”

Le mandé este mensaje: “Amigo Santos, lo primero quiero lamentar que no hayamos tenido alguna charla sobre el tema al que dedicas hoy tu artículo en EP. Desde una ausencia casi completa de participación orgánica, mi percepción es que el CF de octubre colmó el vaso del desconcierto de unos militantes del todo ayunos en cuanto a razones por las que 1) había que echar (malamente) a Sánchez, primer SG, por lo demás, elegido en primarias, y 2) era procedente llevar la iniciativa en procurar mediante la abstención un nuevo gobierno de Rajoy. Me ha gustado, y comparto, el análisis que haces de la socialdemocracia y del Psoe en concreto; me parece excesiva, probablemente por la obligada falta de matices en un artículo periodístico, la directa referencia, cuasi asimilante, al faccionalismo de los años treinta y sus repercusiones sobre la vida de la República y (expressis verbis) la Guerra Civil. Y estoy directamente en desacuerdo con la presentación que haces del posible desenlace de esta situación en el párrafo final … En él el historiador claramente toma partido y, en mi opinión, alimenta el peligro sobre el que ha querido llamar la atención. En efecto, el coco temido llega con un Psoe residual en Andalucía y un SG alzando infantilmente el puño como pobre rodrigón de Iglesias. Este peligro lleva el nombre de uno de los facciosos: Pedro Sánchez. No entiendo este sesgo final. Un abrazo”.

“Historiador de lo complejo” ha titulado Álvarez Junco su reflexión necrológica del 24 de octubre pasado en El País. Y subtitulaba: “No es fácil catalogarle. No defendió ningún gran relato, sino que prefirió analizar problemas concretos, para los que ofreció interpretaciones que huían de la simplicidad y el maniqueísmo”

 Y la periodista Mercedes de Pablo, en eldiario.es de 23 de octubre pasado, bajo el título “Una soleá para el intelectual más exigente: Santos Juliá y Sevilla” resumía que “nunca dejó de creer en el valor de la ciudadanía como elemento fundamental de convivencia, una convicción que ejerció desde aquella primera ocupación de cura rojo, de párroco de un barrio pobre de Sevilla”, antes de presentárnoslo directamente embarcado en el mayo del 68 francés y haciendo confidencias de su inmediata secularización a Bergamín y Manolo Mallofré.

Con estos recuerdos míos, algunos de los cuales comparto con muchos amigos de cuando Santos aún no había escrito libros, quiero poner de relieve etapas de formación y de currante del intelectual que concibe su vocación como la respuesta a su alcance frente a la realidad que ve y somete a juicio. 

En el caso de Santos Juliá se cumple para los amigos lo que Cicerón pregonó en su De amicitia: que "amar (del que vienen amor y amistad) no es otra cosa que querer a aquel al que se ama, no por necesidad ni tampoco en busca de utilidad; aunque ésta, de todos modos, brota de la misma amistad, por más que no sea lo que uno más buscó".