miércoles, 5 de enero de 2022

Muñoz Molina y la política

 

Hace unos días ( "Nuevos compatriotas", Babelia de 18 de diciembre) Muñoz Molina, quejándose de lo que había tardado la nacionalización de su amigo William Schislett, describía a España así: "Este es un país donde el espectáculo grosero y frívolo de la política agota las energías que debieran dedicarse a idear y poner en práctica políticas de calado en beneficio de la mayoría, y en el que una gran parte de esas políticas necesarias que sí salen adelante quedan malogradas o se frustran del todo por culpa de una Administración superpoblada en lo superfluo, en la morralla del clientelismo político, pero muy mermada en todo lo fundamental...". Es como si, por habérsele atragantado el hueso, hubiera decidido echar por tierra no sólo la aceituna sino el olivo mismo, al olivarero y el olivar. 

Esta forma exagerada de diagnosticar cosas que no le gustan no es nueva en nuestro escritor y académico, que debió sufrir esa morralla de la que habla cuando fue director del Instituto Cervantes de Nueva York o   funcionario del Ayuntamiento de Granada.

El año pasado Muñoz Molina publicó un libro (Volver a dónde, Seix Barral, 2021) en el que, según él mismo dice (https://www.todoliteratura.es/, 8 septiembre 2021), utiliza sus "cualidades narrativas para dejar testimonio de lo que va pasando cerca de mí. Aquí no puedo inventar." Debió ser ésa su pretensión, pero el propio editor de la obra la presenta a los lectores ("Sinopsis") como "un lúcido análisis de la España actual a la vez que refleja la transformación irreversible de nuestro país durante el último siglo". Y, de hecho, sólo cincuenta de los doscientos veintiocho capitulillos del libro se dedican a ese "dejar testimonio de lo que va pasando cerca de mí"; los otros ciento setenta y ocho son un cúmulo sobre todo de valoraciones de la realidad española,  entre las que ocupan lugar importante la política y los políticos de la España actual. Para el autor de Volver a dónde el mal de la realidad española, que observa en estos tiempos de pandemia desde el balcón de su piso o en sus paseos madrileños, toma figura en la política y sus actores. Valga un florilegio de lo que considera que ve:

De la clase política son propias la "palabrería y la gesticulación irresponsables" (página 26). "El común de la gente en España es más racional y templada que la mayor parte de la clase política" (página 30). "El Estado central se fue desmantelando atolondradamente, de acuerdo con los trapicheos políticos de cada momento" (página 46). "Las divisiones son demasiado profundas, no porque la gente común se haya vuelto más sectaria, sino porque la parte nociva de la clase política se ha dedicado a alimentarlas y ahondarlas, y hasta a inventarlas cuando no existían". (página 47).  "Millones de personas actúan con responsabilidad y disciplina y jugándose la vida, y mientras tanto esa chusma de políticos venenosos que tanto se odian entre sí se confabula sin embargo en una sola cosa: hacer imposible que nuestro país tenga un sistema de convivencia y de buen gobierno " (página 74). "Será preciso abrir las escuelas. Pero los responsables políticos o han desaparecido o están de vacaciones o distraídos en sus intrigas y disputas" (página 161). "La clase política, en su mayor parte, se revela como una turba parásita que no se preocupa de arreglar los problemas verdaderos que existen, sino de hacerlos tan graves que ya no tengan remedio" (página 163). "En vez de favorecer el sentido común y la concordia, el azote del virus alienta todavía más la inercia destructiva de la clase política española... El desastre es la ciénaga en la que ellos chapotean intercambiando insultos y garrotazos" (página 254). "Tuvimos el confinamiento más estricto de Europa. Los histriones de la política lo desmontaron a toda prisa, para que vinieran los turistas" (página 190). "Los contagios y los muertos seguían subiendo rápidamente en Madrid y los forajidos de la política, los majaderos y los malvados, continuaban con sus broncas" (página 250). 

A un académico hay que exigirle que dote las palabras de las tres propiedades del buen discurso: belleza, propiedad y verdad. Y, sinceramente, me cuesta reconocer que en toda esa chusma de forajidos, majaderos y malvados que chapotean en el desastre y se dejan llevar de su inercia destructiva, se describa con propiedad y verdad a cientos y cientos de personas que he conocido y que han dedicado parte de su vida a la gestión de los intereses comunes, amparadas además por el voto, a veces contumaz, de miles y miles de esos españoles, que al parecer, ellos sí, son racionales y templados y actúan con responsabilidad y disciplina, y jugándose la vida.

Me ha inquietado el diagnóstico que el autor se atreve a hacer a partir de los síntomas descritos: "Ahora nos damos cuenta del daño que hemos sufrido por pasar varios años sin tener un gobierno estable, firme, resolutivo, por culpa del extremismo y la frivolidad de unos y otros" (página 47).

Para orientarme algo ante esta bella desmesura, he vuelto a lo que aseguraba el profesor Ignacio Sánchez-Cuenca en La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política (Catarata, 2016): "Las intervenciones políticas de Antonio Muñoz Molina ... se basan en muchos casos en la contraposición entre unos valores morales encarnados por él mismo y la traición a dichos valores de una clase política ignorante y sin visión que condena a España a mantenerse en un atraso secular" (posición 173). "Defiende tesis que, despojadas de su buen estilo literario, no pueden ser tomadas seriamente" (posición 324).

Como seguramente les pasará a cuantos ejercen y apoyan la crítica a la acción política y a sus actores, me produce sorpresa, y también preocupación, que, con la capacidad que tienen de volcar sus opiniones en verdaderas delicias literarias (es el caso de Volver a dónde), escritores y creadores de opinión, mientras afirman ceñirse a "dar testimonio", propaguen la idea de que los políticos son todos igualmente malos, y favorezcan así el runrún de que los problemas de convivencia (la pandemia, lo de Cataluña, lo de las Autonomías, lo de la inmigración, la Sanidad o lo que sea) pueden tal vez arreglarse de un plumazo.

        

 

 

 

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