Santa María de la Piscina
El otro día, leyendo A merced de un Dios salvaje de Andrés Pascual,
me topé con la ermita de Santa María de la Piscina en San Vicente de la
Sonsierra, en la Rioja. Creí al principio que se trataba de una ficción del
autor, pero llamé a un amigo riojano, natural precisamente de aquellas partes
del Oja, y me sacó de dudas: un yerno del Cid, el infante Ramiro Sánchez de
Navarra, se unió a la primera cruzada, y en Jerusalén sus hombres arrebataron a
los infieles la piscina probática, en la que se purificaban los corderos
destinados al sacrificio en el Templo de Salomón; cuando volvió de allá trajo
consigo una imagen de María tallada por el apóstol San Lucas y una astilla de
la Cruz, y en su testamento dejó mandado que para veneración de las mismas se
construyera una ermita con planta de la piscina arrebatada por él a los
infieles. Quedaba cerrado el círculo y aclarado el misterio: Santa María de la
Piscina.
Hoy, al volver de mi paseo mañanero, he visto una furgoneta
con el rótulo "Lavandería Virgen del Sagrario"; es así como se llama
la patrona de la ciudad de Toledo. María es en Toledo también la imagen que de
ella se conserva desde hace siglos en el sacrarium,
la capilla catedralicia dedicada a las reliquias de los santos y al tabernáculo.
Hace unos días, bajando de Cantabria, nada más entrar en
tierras leonesas fueron más de una las referencias a la Virgen del Camino, la
que los creyentes de aquellas tierras vincularon inteligentemente con el éxito
indudable del camino francés, el más concurrido hacia Santiago.
Cuando hace ya treinta años empecé a vivir en Castilla-La
Mancha la empatía con los albaceteños me hizo familiar la Virgen de los Llanos,
y con los talaveranos, la del Prado, y con los almanseños, la de Belén, y con
los oropesanos, la de Penitas.
Y ya antes, cuando estudiante, los años de Sanlúcar de
Barrameda me familiarizaron con la Virgen de la Caridad, y los de Sevilla, con
la de los Reyes, y los de Salamanca, con la de la Vega. Retrocediendo más en el
tiempo, desde bien chico oí hablar en mi provincia de la Virgen de la Cinta de
Huelva, de la de Clarines de Beas, de la Bella de Lepe, o de la hoy casi
universal del Rocío de Almonte. Y siempre, siempre, y sobre todo, de la patrona
de mi pueblo: la Virgen del Reposo.
El lío mayor viene luego, cuando los nombres de las vírgenes
los llevan niñas y mujeres de carne y hueso que merecen, todas, en algún momento,
sus correspondientes tratamientos de respeto y con frecuencia disfrutan,
también todas, de diminutivos cariñosos facilitados por la familiaridad.
Me viene a la memoria aquí lo que cuenta mi mujer de la
familia de una amiga suya: ya con tres hijos varones de cierta edad, aquel matrimonio
del pueblo tuvo una hija, y como pensaban que con ella se cerraba el grifo y
además era la única niña, la empezaron a llamar "La Niña". Cuando la
niña tenía un par de años, el cielo se dejó caer con una hermanita, y empezaron
a conocerla por "La Chica", y "La Chica" se le quedó. La
chica, como estaba mandado, creció; pero, cuando ya no lo esperaban, sus padres
trajeron al mundo a una nueva hermanita: ¡para qué complicar las cosas!, se
convirtió para toda la familia en "La Chiquinina".
En Toledo, si dices Charo, no te diriges generalmente a una
Rosario sino a una Sagrario; las Bellas de Lepe no son necesariamente guapas,
ni las Cintas o Cintis de Huelva tienen por qué aparecer estilizadas, como
tampoco es forzoso que resulten tristes las Penitas de Oropesa. Una Caminito
leonesa puede ser más larga de lo
esperado, ¿y entendería todo el mundo que Reyita es una Reyes pequeña o muy familiar? Mi amigo el informante me dijo que no le constaba la existencia de mujeres Piscinas, pero no me atrevería yo a descartar alguna Pisci a la chita callando.
En mi pueblo la cosa se complica, porque el sustantivo mismo
y su terminación en o son masculino, cosa de varones. Y, como eso no se puede
ya manipular, la gente se ha cebado con los diminutivos, de modo que te puedes
encontrar con una Reposita o con una Reposito. Un lío.
Pero, la tradición, el que la lleva la entiende. Una paisana
mía que vivía en Madrid tuvo que ser hospitalizada después de un accidente en
una pequeña capital castellana, y unos vecinos suyos de Madrid fueron a hacerle
una visita el primer fin de semana que pudieron. Llegó la pareja al hospital y
el marido preguntó en Recepción por la habitación de una tal "doña
Descanso González" que había tenido un accidente de coche.– "¿No será
doña Reposo?".
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