domingo, 10 de mayo de 2009

La edad, una buena excusa




No me gusta la excusa de la edad: "Yo ya no estoy para esos trotes ; si acaso -dicen refiriéndose a los móviles- sólo para que me llamen". "¿Tú crees que a mi edad voy a ponerme ahora con la interné y su puta madre?", me decía un conocido hace poco, mostrando en el taco su propia desconfianza hacia la excusa que se daba. No; la edad no es una buena excusa, porque cuando algo no puede hacerse ya por los años no hay excusa que valga: no se puede y punto.
Pero Manuela mi mujer (es aquí donde quería yo insertar su foto en El Chorro) es un torrente paradójico: por ejemplo, está disfrutando a tope -y mira que le gusta disfrutar-, y suelta de pronto "Joder, ¡qué poco dura la vida!". Bueno, pues en su afición al disfrute se ha entregado durante unos meses a procurar el encuentro de la gente de su pueblo nacida en el mismo año que ella, es decir en 1949, con la excusa de que, según dicen las matemáticas, este año de 2009 todos ellos ("¡Esto es una mierda; la vida no dura nada!") cumplen los sesenta.
La edad -"¿Pero, Dan, no ves que esta piel de los párpados me tapa ya los ojos?", me insiste casi desde que nos casamos hace treinta y ocho años- ha sido en esta ocasión una certera y bendita excusa.
Conquista, el pueblo donde nació mi mujer y adonde acudí regularmente con mis hijos y acudo ahora a veces ya con mis nietas (aquí es donde yo quería que apareciera la foto de Leonor en el risco), está en un bello paraje -bello a pesar de no ser benigno- del Valle de Los Pedroches, en medio de encinares sin fin. Lo atraviesa el Arroyo Grande (el Arroyo de Pedro Fernández para los cartógrafos) , y a poco más de tres kilómetros pasa el río Guadalmez que separa Andalucía (Córdoba) de Castilla-La Mancha (Ciudad Real). Es blanco y de cielos sorprendentemente estrellados; la amplitud térmica es considerable, de modo que en invierno hace un frío húmedo endemoniado, dulcificado a mediodía por un sol nada timorato, y en verano un calor sólo soportable por el consuelo esperanzado de unas noches siempre fresquitas y hasta frías.
De este pueblo, en el que los niños y las niñas corrían por calles y campos sin controles inesperados y todos vivían al compás de tradiciones incuestionadas, la gente tuvo que irse en pocos años de manera despiadada. Basten estas cifras del Instituto Nacional de Estadística de España: al acabar la Guerra Civil, en 1940, había en Conquista 1.808 habitantes; en el año 1950 eran 2.192 y prácticamente los mismos (2.180) en 1960. Pero en 1970 pasaron a menos de la mitad: 1.063. Y en el último censo, de 2008, aparecen en Conquista tan sólo 479 personas, prácticamente las mismas que en 1991 (489 personas). Con la gente se fueron los pocos servicios que había y, sobre todo, se fue el tren: puesto en funcionamiento para enlazar la minería de Peñarroya-Pueblo Nuevo con la industria energética de Puertollano, se había convertido en medio vital incorporado al latido de las personas de los pueblos intermedios; desapareció al desaparecer o cambiar de naturaleza aquéllas.
No me resisto a hacer un excurso. Desde los primeros gobiernos del Psoe en España he oído hablar y leído insistentemente sobre población subsidiada, voto cautivo, voto agradecido, etc., frecuentemente en referencia sobre todo a Andalucía. Nunca he visto ni oído cuestionar la industria subsidiada de Asturias o del País Vasco o de Cataluña: la siderurgia, la naval, la automovilística, etc., cuyas reconversiones hemos pagado todos de nuestros bolsillos. Pues bien, Conquista (como tantos otros pueblos "subsidiados") contribuyó al desarrollo salvajemente planteado del tardofranquismo con el sufrimiento, que sólo cabría valorar poniendo a cada historia familiar nombres y apellidos, de la mitad de sus hombres y mujeres y niños y niñas. La denostada política de "economía subsidiada" junto con la disponibilidad de mejores servicios básicos (educación, sanidad, comunicaciones) ha permitido, entre otras cosas, que esa sangría parara a partir de los años 80 (609 habitantes en 1981/479 habitantes en 2008).
Bueno, a lo que íbamos: irse de Conquista no significó, ni mucho menos, olvidarla. De modo que Manuela y Moisés Cecilia, al escudarse en la edad para hacer una convocatoria abierta, acertaban de pleno: eran muchos los necesitados de reencontrarse con quienes jugaron, con los primeros amores imaginados, con las voces de su infancia, con las manías de sus maestros o maestras, con los apodos, con los recreos...
Yo, que no soy de Conquista ni del 49 (sino del 39), he sido testigo de las caras de felicidad que imperfectamente recoge la foto del grupo (que yo quería insertar aquí). Estuvimos allí setenta y una personas disfrutando con los conquisteños del 49.
¿Qué unía a los reunidos en la cena del día 8 pasado en El Albergue? Tal vez la mejor forma de contestar a esta pregunta pueda venir de hallar respuesta a la cuestión de por qué no estaban quienes podrían haber estado. Según el censo de 2008 , del quinquenio de edad entre los 55 y 59 años hay en Conquista 37 personas, más otras 24 del quinquenio de edad más joven y 26 del siguiente en edad. En total, 87 personas habitantes del pueblo en la actualidad son las que yo consideraría susceptibles de haberse sentido convocadas por los del 49. Entre pitos y flautas no sería descabellado pensar que hayan sentido la tentación o la mera curiosidad de responder positivamente un 10% de esa cifra, es decir una 7 u 8 personas. La realidad, en cambio, es que de todo ese grupo sólo una persona acudió a la convocatoria. Esta realidad nos señala la razón efectiva de la respuesta a la convocatoria: la ausencia. Los presentes en la cena estaban unidos y ¡paradójicamente! enlazados por la ausencia; los ausentes de ella consideran cosa natural la presencia y, como cosa natural, no necesitada de esfuerzo. Jorge Luis Borges resume tan bella como acertadamente lo que digo con estos versos de su Arte poética:

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Ítaca
verde y humilde. El arte es esa Ítaca
de verde eternidad, no de prodigios.

1 comentario:

Daniel Romero dijo...

En la primnera redacción publicada escribí que el Arroyo Grande de los conquisteños era el Arroyo de Pedro Moro de los cartógrafos. Mi amigo Sebastián Cortés me ha advertido del error: su nombre es Arroyo de Pedro Fernández.